sábado, 27 de diciembre de 2008

12

Loca loca loca.
Llevaba un reloj sin pilas en la muñeca. Y movía las agujas del reloj a su antojo.
Era de noche. Noche profunda.
Y ahí estábamos los dos: en medio de una plaza enorme, gigantesca, como grandes protagonistas (o como el único público) del espectáculo del universo. Nos reíamos, y con la mirada nos comíamos.

Bip bip. Mi móvil.

-Me tengo que ir.
-¿Por qué?- cara de inundación, de desastre (mismo tono).
-Porque es tarde y tengo que estar en mi casa.
-Si fuera más temprano, por ejemplo las tres de la tarde, ¿no te irías?
-Umm... no, si fueran las tres de la tarde bailaría contigo aquí en medio de este desierto. Pero no son las tres.

Resuelta, se levantó la manga y cambió la hora de su pequeño reloj malva.
Las tres.

-¿Bailamos?- ¿se pueden sonreír letras? Porque ella lo hizo.
Solté una carcajada. Ella se unió.
-No puedes hacer eso, sigue siendo madrugada. ¿No ves el cielo?
-¿Y por qué se supone que no puedo hacerlo?- me dijo desafiándome y arqueando, como guarnición a las palabras, una bonita ceja.
-Pues porque tú no controlas el tiempo. No puedes decir: a partir de ahora van a ser las tres de la tarde.
-¿Cómo que no? Ya lo estoy diciendo.
-Hay unas normas, un común acuerdo, un orden...
-¿Normas? Vamos a ver idiota, ¿y quién pone esas normas? Te lo digo yo: las personas, las personas más listas que tú, desde luego, pero no más listas que yo. El tiempo es tiempo y punto, y si una panda de humanos quieren medirlo pues que lo midan, que lo cronometren, que yo haré lo mismo. ¿Por qué no pueden ser ahora las tres?
Soy tan humana como los que, sin más ni más, decidieron que en este momento de la noche serían las tantas de la madrugada. Y como no me gusta su criterio, lo cambio, es mi vida.
Y voy a vivirla independientemente de las pilas de un reloj.

Después del torrente de palabras se quedó callada. Consciente de que o me iba y la tomaba por loca sin volver nunca más a llamarla, o me quedaba y me hacía partícipe, cómplice de todas sus locuras. Era tan consciente que primero, tomó aire mirando una farola que estaba justo detrás de mí y luego bajó la vista, tímida.

Pero de tímida nada. Enseguida me clavó los ojos en los míos.
-¿Tú qué vas a hacer con la tuya entonces?

Me quedé parado, o más bien paralizado. Fue como una bofetada.
Ella tenía los labios muy rojos. Y las mejillas sonrosadas, hacía frío.

Sonreí. Esa chica me daba miedo y a la vez... me insuflaba fuerzas, energía, vida. Y quería más. Desde luego que quería más. La dejé fascinarme:

-Bailemos, a ver qué sabes hacer.

11

Soy ilegal. Usurpo identidades.

viernes, 26 de diciembre de 2008

10

Ana.
David.
David se enamoró de Ana. Se hizo muy amigo de ella. Quiso intimar y acercarse, y se acercó tanto que le robó su música, sus libros, sus ideas.
Ana me contó que David era una persona-virus: se acercaba a sus víctimas y les extraía todo y así lo que conseguía era solo repulsión, tarde o temprano.
A Ana le dejó de gustar su grupo favorito durante un tiempo.
Aparcó algunos libros.
Renovó sus ideales.

David se los había robado, ya no eran suyos. Estaban usados, manidos.

domingo, 7 de diciembre de 2008

9

Haz sitio para ti en tu puñetera vida. Puedes quedarte algo de otras personas pero no todo.