miércoles, 31 de marzo de 2010

dos sietes

Los sobres de azúcar que reparten con el café llevan impresas unas palabras. Normalmente, de cinco a diez, que forman una pequeña frase con significado.
El otro día leí varias veces en esos envases: no hay nada tan serio que no se pueda decir con una sonrisa.
Perdonen señores del azúcar, pero no es todo tan dulce como ustedes nos lo quieren hacer ver. Se me ocurre más de una frase corta a la que una sonrisa no le iría nada bien.

76

Como el Principito domesticó a su rosa, yo sin darme cuenta he domesticado a mi árbol, el que se ve desde la ventana de mi clase. Tan cercano siempre. Lo veo a diario y es mi perfecta evasión, mi conexión con todo lo que hay fuera. Mi medio para volar.

Acoge a pájaros que al posarse hacen temblar sus ramas. En otoño, las hojas bailan el vals de la muerte y caen al suelo tras redondas piruetas. Da sombra y alivio mi árbol. Cuando el viento sopla, además, da música.

Pero sin duda, lo mejor es verlo renacer cada primavera. Prácticamente poder contar cuándo salió cada hoja, en un tierno brote verde.

Creo que es un olmo, pero no hace falta saber su nombre general para conocerlo mejor. Saber un nombre no significa conocer.

A veces, hasta me hace sonreír.
Me pregunto si no será que el árbol me ha domesticado a mí.

75

Sé que quizás (bueno, quizás no, seguro, pero me gusta más cómo suena esa palabra) parezca una loca de las pequeñas cosas tontas, algo cría e infantiloide. Eso de fijarme en nubes, pompas de jabón y mariposas hacen de mí un fácil blanco al que disparar burlas, lo sé.
A mí me gustan esos detalles por una simple razón, intento no perder la habilidad de asombrarme por las cosas geniales que pasan a mi alrededor, ya que me parece de sabios saber apreciar lo que se tiene.
Los niños son así, se sorprenden y miran y requetemiran todo. Poco a poco lo pierden. Solamente intento conservar parte de ese sentido. Me gusta decir qué bonita es la vida y me puedo reír porque hay un seto con forma de cesta en algún lado.
Y todo eso no quiere decir que sea una tonta que no sepa pronunciar una frase coherente o conversar con sentido.
Respeto todas las formas de entender y disfrutar la vida por eso pido que también respeten la mía.
Yo soy así, simplemente así.

74

Suelen culparme de tener las manos frías, casi heladas. Es cierto que raramente están siquiera templadas. Un día hasta busqué en el maravilloso mundo cibernético por una posible dolencia imaginaria y en una web de dudoso contenido hallé una gracia: se me podían caer las manos. Sin darle más vueltas al asunto sigo viviendo. Pero me doy cuenta de que cuando más frías están mis manos, más llena de emociones me siento. La cabeza se me vuelve humo y el corazón me ocupa por entero.

Así que creo haber descubierto la causa de tan bajas temperaturas; en esos momentos necesito que toda la sangre de mi cuerpo riegue mi sistema sentipensante, no quedando ni una gota para las extremidades.