miércoles, 31 de marzo de 2010

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Suelen culparme de tener las manos frías, casi heladas. Es cierto que raramente están siquiera templadas. Un día hasta busqué en el maravilloso mundo cibernético por una posible dolencia imaginaria y en una web de dudoso contenido hallé una gracia: se me podían caer las manos. Sin darle más vueltas al asunto sigo viviendo. Pero me doy cuenta de que cuando más frías están mis manos, más llena de emociones me siento. La cabeza se me vuelve humo y el corazón me ocupa por entero.

Así que creo haber descubierto la causa de tan bajas temperaturas; en esos momentos necesito que toda la sangre de mi cuerpo riegue mi sistema sentipensante, no quedando ni una gota para las extremidades.

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