miércoles, 31 de marzo de 2010

76

Como el Principito domesticó a su rosa, yo sin darme cuenta he domesticado a mi árbol, el que se ve desde la ventana de mi clase. Tan cercano siempre. Lo veo a diario y es mi perfecta evasión, mi conexión con todo lo que hay fuera. Mi medio para volar.

Acoge a pájaros que al posarse hacen temblar sus ramas. En otoño, las hojas bailan el vals de la muerte y caen al suelo tras redondas piruetas. Da sombra y alivio mi árbol. Cuando el viento sopla, además, da música.

Pero sin duda, lo mejor es verlo renacer cada primavera. Prácticamente poder contar cuándo salió cada hoja, en un tierno brote verde.

Creo que es un olmo, pero no hace falta saber su nombre general para conocerlo mejor. Saber un nombre no significa conocer.

A veces, hasta me hace sonreír.
Me pregunto si no será que el árbol me ha domesticado a mí.

No hay comentarios: