domingo, 23 de noviembre de 2008

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Existía una persona tan sensible, tan extremadamente sensible que, -¡ay!- sentía cada roce con un fuerte remolino de sensaciones.
Si alguien la tocaba, si una pluma caía sobre su piel, si por la calle un desconocido la tocaba sin querer, le recorría el cuerpo un extraño volar que tiraba de su barriga.
Su cuerpo sufría, se estremecía pero también... disfrutaba. Más que nadie.

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