Regamos las flores de tu cabeza
en tanto que tú
siembras mis amapolas.
Salvajes, lloramos las muertes
que te comimos,
impedimento de la dulzura del despertar.
Te robarás en una sonrisa
a ti mismo,
las ganas de temblar.
Mas, seremos gineceo poderoso.
Con éstas te correrá
la tinta por los besos.
Endiabladamente tú,
nosotras, la nada,
qué miedo te daremos.
Huye el que elige
la herida del frigorífico
y no la infección caliente
que da la sopa fría.
Mira, ¿sabes qué te digo? Que mientras alguien, un mísero alguien te quiera todo, todo tendrá sentido.
miércoles, 26 de enero de 2011
martes, 25 de enero de 2011
sábado, 22 de enero de 2011
10.5
El pueblo de los umpa-lumpa duerme tranquilo bajo la luz del sol, después de una larga temporada de días nublados. La alcaldesa de la ciudad transmitió anoche a este periódico la alegría general que los invade al poder por fin alcanzar el sueño sin tener que recurrir a lámparas de neón o pastillas solipzantes. Añadió también que sus mejores científicos ya se encuentran trabajando en una cápsula simuladora del buen tiempo que funcionaría al modo de los capós de los coches descapotables y que cubriría todo el terreno umpa-lumpeño. Esperemos que este pueblo nocturno cuente pronto con esa prometedora solución, pues los meteorólogos auguran otra posible mala racha para el próximo otoño, y como sabemos, el nuevo año está ya a la vuelta de la esquina.
1-0-4
-¿Qué podemos hacer con todas estas vacas sobrantes, Sra. Fideuá?
-Un buen merengue y al microondas.
-Un buen merengue y al microondas.
cientotres.
Una puerta entreabierta. Eso era todo lo que podía ver desde su ángulo de visión. Darse la vuelta no formaba parte de sus planes, puesto que atrás quedaban las fieras silbando todavía vocales amenazantes. Había llegado, o más bien había aparecido en ese pasillo anodino para cruzarlo, ¿qué, si no?
Romper a llorar.
Acercó a su rostro un pequeño espejo de bolsillo que llevaba siempre consigo, tal y como recomendaban. Esta vez fue muy útil contemplarse derramar las propias lágrimas; se dio cuenta de que no quería verse así de triste nunca más.
Arrojó el espejo al suelo y los fragmentos salpicaron como si fuesen gotas de agua salada.
Romper a llorar.
Acercó a su rostro un pequeño espejo de bolsillo que llevaba siempre consigo, tal y como recomendaban. Esta vez fue muy útil contemplarse derramar las propias lágrimas; se dio cuenta de que no quería verse así de triste nunca más.
Arrojó el espejo al suelo y los fragmentos salpicaron como si fuesen gotas de agua salada.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)