sábado, 22 de enero de 2011

cientotres.

Una puerta entreabierta. Eso era todo lo que podía ver desde su ángulo de visión. Darse la vuelta no formaba parte de sus planes, puesto que atrás quedaban las fieras silbando todavía vocales amenazantes. Había llegado, o más bien había aparecido en ese pasillo anodino para cruzarlo, ¿qué, si no?
Romper a llorar.
Acercó a su rostro un pequeño espejo de bolsillo que llevaba siempre consigo, tal y como recomendaban. Esta vez fue muy útil contemplarse derramar las propias lágrimas; se dio cuenta de que no quería verse así de triste nunca más.
Arrojó el espejo al suelo y los fragmentos salpicaron como si fuesen gotas de agua salada.

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